El pasado 29 de Agosto, en el periódico israelí Yediot Aharonot, salió publicado un magnífico artículo de Shlomo Ben Ami, antiguo embajador de Israel en España y ex ministro de asuntos exteriores, en el que analiza la situación de Oriente Medio en los últimos años y especialmente la amenaza que representa la república islámica de Irán y los errores de la administración Bush al apostar por su aislamiento internacional. Os dejo con este interesante texto.
Oponiéndose a la amenaza iraní.
por Shlomo ben Ami. Fuentes: Yediot Aharonot y argentinos amigos de Shalom Ajshav.
La pesadilla de un Irán nuclear obsesiona a israelíes y árabes, sin embargo Israel y EE.UU. son los únicos que pujan con empeño para frenar las ambiciones iraníes. El triángulo EE.UU.-Irán-Israel es donde yace la raíz del problema, así como una posible solución.
La revolución de Khomeini de hecho cercenó la vieja alianza israelí-iraní, a pesar de ello ambos países continuaron haciendo negocios, con el estímulo americano. El affair Irán-Contras que vio a Israel proporcionando armas a Irán en su guerra contra Irak es un excelente ejemplo.
Como dos poderes no-árabes en un ambiente árabe hostil, Israel e Irán compartieron intereses comunes que ni siquiera la revolución islámica pudo borrar.
Irán e Israel alcanzaron el punto de confrontación abierta sólo durante la era de Rabin. Esto provino del cambio estratégico que siguió a la victoria norteamericana en la Guerra del Golfo y el colapso de la Unión Soviética.
El proceso de paz árabe-israelí, bajo el patrocinio de EE.UU., produjo una serie de logros impresionantes –la conferencia de paz en Madrid, los Acuerdos de Oslo, el tratado de paz entre Israel y Jordania, un casi acuerdo con Siria, y el establecimiento de misiones israelíes en la mayoría de los estados árabes. Todo esto constituyó una pesadilla para Irán que estaba sintiéndose cada vez más aislado.
En este cruzamiento, Israel e Irán – dos fuerzas que compiten por la supremacía en una región rápidamente cambiante – escogieron presentar debate estratégico entre ellos en términos ideológicos. Ahora la confrontación marcó a Israel, que carga con el faro de la democracia y la lucha contra la propagación del imperio chiíta, contra Irán, que escogió defender la revolución alistando las masas árabes en nombre de los valores islámicos y contra los líderes traidores que decidieron renunciar a los derechos palestinos.
Irán, más que esto era el enemigo de Israel, era un enemigo de la posibilidad de conciliación árabe-israelí. Por consiguiente, el régimen del Ayatola escogió incitar las masas para comprometerse en un discurso anti-judío y pan-islamista, como una manera de extraer a Irán del aislamiento y presentar sus ambiciones regionales de una manera aceptable a las masas sunnitas.
Irán no aspira a las capacidades nucleares para destruir Israel, sino, como medio para fomentar su reputación e influencia en un ambiente hostil y realzando el desafío que éste presenta en el orden regional.
Atacar a Irán puede demostrar ser demasiado peligroso
No obstante Israel todavía tiene razón para preocuparse, porque un Irán nuclear puede estar animando a los enemigos regionales de Israel y acelerar desarrollos que pueden tornarse fuera de control.
Un ataque sobre los sitios nucleares de Irán puede demostrar ser demasiado peligroso y sus resultados son inciertos. Las sanciones económicas, tan severas como ellas pueden serlo, al parecer no llevarán a Teherán a claudicar. La división interna entre las elites de Irán tampoco llevará a cambios de régimen en el futuro cercano.
A pesar de todo el radicalismo no necesariamente es una señal de irracionalidad, y el Irán revolucionario proporcionó pruebas de pragmatismo en el pasado: Irán respaldó a los Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo, sin embargo quedó descolocada en la conferencia de paz de Madrid. También apoyó a EE.UU. en su guerra contra el régimen del Taliban en Afganistán.
En la primavera de 2003, cuando el ejército norteamericano superó al ejército de Saddam Hussein, los iraníes cercados fueron rápidos al proponer una vasta negociación donde todos los problemas controversiales serían traídos a la discusión, incluso la cuestión nuclear, Israel, Hizbullah, y Hamas. Además, los iraníes declararon que ellos ya no sabotearían más el proceso de paz israelí-árabe.
Sin embargo, la arrogancia conservadora impidió una respuesta pragmática a las nuevas voces provenientes de Teherán. La línea mantenida por el eje Cheney-Rumsfeld fue "ninguna conversación con el mal."
Cuando la política de EE.UU. sobre Medio Oriente se reveló como inestable, el humor de Irán también cambió. No obstante, surge a la vista que la única manera de encarar al callejón sin salida es a través de un gran proceso de negociación. Pero esto no pasará a través de sanciones diplomáticas o el despliegue norteamericano de métodos de la Guerra Fría con miras a romper la columna vertebral de Irán llevándola a una destructiva carrera armamentista.
Irán no provoca su creciente influencia regional a partir de su presupuesto militar, que es todavía más bajo que el de sus enemigos, sino, desde el desafío que éste presenta a EE.UU. e Israel usando "poder suave."
La revolución de Khomeini de hecho cercenó la vieja alianza israelí-iraní, a pesar de ello ambos países continuaron haciendo negocios, con el estímulo americano. El affair Irán-Contras que vio a Israel proporcionando armas a Irán en su guerra contra Irak es un excelente ejemplo.
Como dos poderes no-árabes en un ambiente árabe hostil, Israel e Irán compartieron intereses comunes que ni siquiera la revolución islámica pudo borrar.
Irán e Israel alcanzaron el punto de confrontación abierta sólo durante la era de Rabin. Esto provino del cambio estratégico que siguió a la victoria norteamericana en la Guerra del Golfo y el colapso de la Unión Soviética.
El proceso de paz árabe-israelí, bajo el patrocinio de EE.UU., produjo una serie de logros impresionantes –la conferencia de paz en Madrid, los Acuerdos de Oslo, el tratado de paz entre Israel y Jordania, un casi acuerdo con Siria, y el establecimiento de misiones israelíes en la mayoría de los estados árabes. Todo esto constituyó una pesadilla para Irán que estaba sintiéndose cada vez más aislado.
En este cruzamiento, Israel e Irán – dos fuerzas que compiten por la supremacía en una región rápidamente cambiante – escogieron presentar debate estratégico entre ellos en términos ideológicos. Ahora la confrontación marcó a Israel, que carga con el faro de la democracia y la lucha contra la propagación del imperio chiíta, contra Irán, que escogió defender la revolución alistando las masas árabes en nombre de los valores islámicos y contra los líderes traidores que decidieron renunciar a los derechos palestinos.
Irán, más que esto era el enemigo de Israel, era un enemigo de la posibilidad de conciliación árabe-israelí. Por consiguiente, el régimen del Ayatola escogió incitar las masas para comprometerse en un discurso anti-judío y pan-islamista, como una manera de extraer a Irán del aislamiento y presentar sus ambiciones regionales de una manera aceptable a las masas sunnitas.
Irán no aspira a las capacidades nucleares para destruir Israel, sino, como medio para fomentar su reputación e influencia en un ambiente hostil y realzando el desafío que éste presenta en el orden regional.
Atacar a Irán puede demostrar ser demasiado peligroso
No obstante Israel todavía tiene razón para preocuparse, porque un Irán nuclear puede estar animando a los enemigos regionales de Israel y acelerar desarrollos que pueden tornarse fuera de control.
Un ataque sobre los sitios nucleares de Irán puede demostrar ser demasiado peligroso y sus resultados son inciertos. Las sanciones económicas, tan severas como ellas pueden serlo, al parecer no llevarán a Teherán a claudicar. La división interna entre las elites de Irán tampoco llevará a cambios de régimen en el futuro cercano.
A pesar de todo el radicalismo no necesariamente es una señal de irracionalidad, y el Irán revolucionario proporcionó pruebas de pragmatismo en el pasado: Irán respaldó a los Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo, sin embargo quedó descolocada en la conferencia de paz de Madrid. También apoyó a EE.UU. en su guerra contra el régimen del Taliban en Afganistán.
En la primavera de 2003, cuando el ejército norteamericano superó al ejército de Saddam Hussein, los iraníes cercados fueron rápidos al proponer una vasta negociación donde todos los problemas controversiales serían traídos a la discusión, incluso la cuestión nuclear, Israel, Hizbullah, y Hamas. Además, los iraníes declararon que ellos ya no sabotearían más el proceso de paz israelí-árabe.
Sin embargo, la arrogancia conservadora impidió una respuesta pragmática a las nuevas voces provenientes de Teherán. La línea mantenida por el eje Cheney-Rumsfeld fue "ninguna conversación con el mal."
Cuando la política de EE.UU. sobre Medio Oriente se reveló como inestable, el humor de Irán también cambió. No obstante, surge a la vista que la única manera de encarar al callejón sin salida es a través de un gran proceso de negociación. Pero esto no pasará a través de sanciones diplomáticas o el despliegue norteamericano de métodos de la Guerra Fría con miras a romper la columna vertebral de Irán llevándola a una destructiva carrera armamentista.
Irán no provoca su creciente influencia regional a partir de su presupuesto militar, que es todavía más bajo que el de sus enemigos, sino, desde el desafío que éste presenta a EE.UU. e Israel usando "poder suave."
La mejor manera de minar la estrategia de Irán, de creación de la inestabilidad regional, es a través de una paz árabe-israelí integral acompañada por una masiva inversión en desarrollo humano. Ésta será seguida por el financiamiento internacional para la creación de un sistema de paz y seguridad en un Medio Oriente libre de actividad nuclear.
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